El avión realizó su último vuelo en noviembre de 1944 con destino a Viena, antes de sufrir demasiados daños y tener que aterrizar de emergencia en el mar Adriático, a unos 50 kilómetros de la costa croata. La tripulación evacuó en balsas inflables.
Los restos del B-17 en el lecho marino del mar Adriático son uno de los restos de aviones de la Segunda Guerra Mundial mejor conservados debido a su profundidad de más de 60 metros, algo que sin duda dificulta su alcance para los buzos.
Las imágenes de Martin Strmiska muestran a un avión al que el tiempo bajó el agua le está cobrando factura, pues aunque su punta está aplastada, la cabina del piloto es visible ya que el parabrisas está completamente destrozado.
Las ruedas del avión han comenzado a hundirse, por lo que se desconoce exactamente cuánto tiempo permanecerán los restos antes de desintegrarse. Sus motores y alas están cubiertos de algas y crustáceos muertos.
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